La tecnología ha avanzado, fundamentalmente desde el surgimiento y expansión del Internet. Y con ella la sociedad ha cambiado. Se habla de esta etapa como modernidad líquida (Zygmunt Bauman), ya que se caracteriza por la flexibilidad y por el constante cambio, que no nos permite saber cómo actuar.
En este nuevo marco aparecen individuos de un nuevo tipo, con una ventaja generacional o “generation lap”. Se trata de niños o adolescentes se diferencian de la de sus padres en que tienen un tipo de cerebro distinto. Su mundo gira a través de la computadora ya no en la TV y son capaces de realizar más de una tarea a la vez. Estos dejan de ser consumidores para convertirse en prosumidores, que opinan y colaboran para llegar a veces a un punto común y otras veces tan sólo para compartir.
A partir de esta producción de contenidos por parte de los individuos, sin más motivación que el propio interés, se va creando conocimientos de manera colectiva. “Ninguno de nosotros puede saber todo, pero cada uno de nosotros sabe algo, y podemos poner las piezas juntas si hacemos un fondo en común con nuestros recursos y combinamos nuestras habilidades” (Henry Jenkis, Convergence culture). Esto es lo que Hiroshi Tasaka llama inteligencia colectiva en la que una comunidad aporta y discute sobre un mismo tema y se llega a una resolución común muchas veces más acertada que la de un experto.